Un anticuario del barrio de San Telmo me habló de un libro perdido de la Biblioteca de Alejandría que, según él, había reaparecido en Buenos Aires bajo la forma de un cuaderno escolar. Me mostró aquel objeto sin valor aparente: tapas de cartón azul, hojas amarillentas y una caligrafía irregular, como de distintas manos.
El texto relataba la historia de un rey que mandó escribir su vida completa antes de nacer. Cada página narraba un hecho futuro, con precisión insoportable. El rey, al leerlo, comprendió que su destino era inmutable y que toda acción era apenas cumplimiento.
Lo curioso es que el cuaderno terminaba con la frase: “El lector cerrará este libro en Buenos Aires, un día de invierno, y comprenderá que el manuscrito habla de él mismo”.
Creí, al principio, que era un ardid del anticuario. Pero cuando cerré el cuaderno, sentí que el frío de la calle entraba en mí como una sentencia. Desde entonces, cada gesto mío parece escrito en esas páginas que ya no me atrevo a volver a abrir.